LA HORA DEL CARIÑO
Llamo al timbre y entro en la casa. Cruzando el pasillo, llego hasta el comedor. Catalina, con sus noventa y tres años, esculpidos en su rostro con líneas caprichosas, está sentada junto al fuego de la chimenea. Con los dedos entrecruzados y las manos juntas sobre la mesa camilla, deja lucir en la muñeca derecha un flamante reloj. Me aproximo a darle un beso y le pregunto, nada más sentarme a su lado:
- ¿Es éste el regalo de su nieto en su cumpleaños?
- Sí, éste es. ¿Le gusta? - Me responde, acercándome la muñeca, ceñida con el reloj dorado.
- Es precioso, Catalina. Estará contenta de su nieto. ¿Quién iba a decir que a sus noventa y tres años iba a estrenar un reloj de pulsera?
- No puedo distinguir bien la hora, pero me ha hecho mucha ilusión.
Y una vez más acerca el reloj a sus ojos, achicados con el paso de los años. Ya no perciben las saetas ni los números, pero cada vez que mira el pequeño reloj, Catalina "ve" y recuerda la hora del cariño, y se alegra.
EL HERMANO SOL
Mi amigo Joaquín lleva unos años jubilado. Está enfermo de los bronquios, aunque es animoso y emprendedor. Sólo el frío lo acobarda, porque le impide respirar bien. Mientras son protagonistas de la calle las lluvias y el frío se ve obligado a recluirse en casa. Los ratos en que se encuentra mejor los invierte maquinando algún patín o carromato para sus nietos.
Esta mañana me lo encuentro en la plaza, con buen color de cara, respirando hondo y charlando con un grupo de jubilados. Nos damos la mano mientras le digo que se sentirá contento de estar aquí en pleno invierno. Él me responde con franca sonrisa que "gracias al buen tiempo, puedo salir a tomar el aire y el sol".
Mientras llegan las lluvias, Joaquín aprovecha a tope las horas y los días para respirar mejor y hasta para dar una vuelta por las calles y por el campo.
MÁS VALIOSA QUE UN MILLÓN
Hace unos meses que Isabel quedó viuda, tras haber vivido estos últimos años ejemplarmente, atendiendo a su marido enfermo y postrado en cama la mayor parte del día. Una artrosis persistente la hace ahora moverse por la casa apoyada en el andador. Ahora que disfruta de tanto tiempo libre, y con lo que le gustaría viajar, se tiene que conformar con quedarse en casa. Más de una vez le asalta la congoja y una cierta rebelión, pero el buen humor que la caracteriza, siempre viene en su ayuda.
Arreglada su habitación y los cacharros de la cocina, se dirige al espacioso comedor, donde pasa gran parte del día viendo algunos programas de la tele que previamente sabe seleccionar, repasando los periódicos y revistas que llegan a sus manos. También lee todos los días el libro de turno, que le facilita uno de sus hijos. Y, por supuesto, no le faltan visitas de familiares y vecinos, a quienes recibe con sumo agrado.
Le pido que me cuente su última alegría. "Ayer la tuve, sin ir más lejos - me contesta sonriente y como recordando -; vinieron mi hijo y mi nietecillo y se pasaron un rato muy agradable conmigo. Mi hijo y yo hablamos de sus cosas y de las mías. El nietecillo se entretuvo con una caja de galletas y una bolsa de gusanitos. Estas cosas me llenan a mí más que si me regalaran un millón".
Por supuesto, Isabel, estas alegrías no tienen precio.
PAN BENDITO
Al final de la Misa de la Candelaria hemos bendecido unos panecillos redondos para los niños. Tras bendecir a los niños más pequeños en brazos de sus madres, rodeando el presbiterio, hemos repartido un bollito a cada niño. Alguno no se ha a atrevido a probarlo; otros, sí. Uno de los más pequeños, ante la mirada atenta de su madre, ha soltado el pipo y se ha llevado el panecillo a la boca.
Al salir a la puerta, Javi,uno de los más creciditos, se ha acercado y con su media lengua nos ha dicho: "Gratias". Tanto su madre como nosotros no hemos podido menos que sonreir.
MIGUEL ROS GALLENT
Capuchino.Orientador Familiar del TE de Valencia
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