Una vez más la vida me ha sorprendido gratamente, regalándome flores en una planta de la que parecía imposible que brotara otra cosa diferente a sus grandes hojas. Pero ha brotado. Y a lo grande.
Se trata de una orquídea que me regalaron hará unos cinco años y que, rápidamente, perdió sus flores. Sin el encanto de las delicadas flores, la planta desmerece mucho pero, aún así, seguí conservándola durante estos años porque me daba pena desprenderme de ella. No lucía, pero se mantenía.
Hace más o menos un mes empezó a despuntar una vara que, en estos momentos, tiene ocho brotes a punto de eclosionar. Inesperadamente. Sorprendentemente.
Con estos brotes la vida me está enseñando a esperar, a dar tiempo al tiempo, a no creer que todo esté perdido solo porque no se aprecie a simple vista. La vida, en forma de planta, me ha regalado el valor de la espera contra todo pronóstico. Me dio más vida donde parecía no haberla.
No son tanto las flores lo que agradezco -que también- sino la realización de lo imposible. La sorpresa. La esperanza. El creer que se puede. El ver que se puede.
Porque, de hecho, se puede. Ahí está la prueba.
M. Elena Valbuena
Voluntaria T.E.
No hay comentarios:
Publicar un comentario