¿Que ocurriría si un día nos levantáramos y no hubiera periódicos, ni libros, ni radio, ni televisión, ni internet, ni cine, ni ordenadores, ni teléfonos móviles, ni teléfonos fijos? ¿Seguiríamos viviendo? ¿El mundo seguiría siendo real? Por extraño que parezca el sol seguiría saliendo, la vida seguiría con sus momentos de alegría y sus momentos de tristeza, el amor, la esperanza y también el odio y la muerte serían un ingrediente cotidiano de nuestra existencia y habría nacimientos y fallecimientos. Es lo mismo que ocurría desde el inicio de los tiempos hasta la aparición de la imprenta. Y aquí surgen las preguntas: ¿qué nos aportan los medios de información? ¿El estar bien informados favorece el crecimiento personal o es un impedimento para la felicidad?
Síndrome de fatiga por exceso de información.
El síndrome de fatiga por exceso de información -information fatigue syndrome (IFS)- se caracteriza por el elevado nivel de estrés de quienes a toda costa intentan asimilar el caudal de información que les llega constantemente a través de la televisión, el teléfono móvil, los periódicos, la radio e internet. El IFS se caracteriza por un estado psicológico de hiperexcitación, ansiedad e inseguridad que provoca la parálisis de la capacidad analítica, pudiendo conducir a decisiones imprudentes y a conclusiones distorsionadas.
Según algunas estadísticas, casi la mitad de los altos ejecutivos y un tercio de los gerentes padecen este síndrome.
No obstante, por extensión podemos afirmar que padecen este síndrome todas las personas que ante la toma de una decisión (la compra de un piso, elegir colegio para sus hijos, elección de una carrera universitaria, decisión para hacerse o no una operación quirúrgica, etc.), multiplican sus contactos y piden información exhaustiva a distintas entidades o consultan a numerosos profesionales y a pesar de todo no se deciden a tomar una opción. En un intento por elegir el mejor camino se bloquean y nunca llegan a la meta, es decir, no se deciden por ninguna opción pues todas le parecen insuficientes o mejorables. Como consecuencia, surge la ansiedad, la inquietud e incluso el aturdimiento con sensación de gran incapacidad y malestar consigo mismo y con los demás.
De la información a la sobreinformación.
En una ocasión, un paciente depresivo, ante mi insistencia de la conveniencia de ir normalizando su vida y la necesidad de oír la radio o ver la TV, me dijo: “Mire, doctor, ya ni pongo la televisión, los telediarios me generan ansiedad y me deprimen más, para lo que hay que ver, todo son penas y desdichas, y ya tengo bastante con mi propia tristeza”. ¿Es esto cierto? ¿En el mundo solamente hay accidentes de coches, suicidios, atentados terroristas, violencia doméstica, abandono o secuestro de niños? Es al menos lo que más frecuentemente nos muestran los telediarios.
Naturalmente esto es una visión sesgada del mundo, pero de alguna manera va calando en nuestra mente y va construyendo una imagen pesimista y negativa que no se corresponde con la realidad, pues ésta también está teñida de actos de solidaridad, de entrega y ejemplos de superación. Es verdad que podemos tener en tiempo real lo que está pasando en el otro extremo del mundo, pero casi siempre acentuando más lo negativo que lo positivo. Y lo que es evidente es que este tipo de información no favorece la madurez humana y mucho menos contribuye a su felicidad. Posiblemente tengamos muchos datos y cifras de la realidad actual, pero nos falta una reflexión sosegada y tranquila de las motivaciones más profundas de los seres humanos. En muchos casos nos quedamos en la hojarasca de las conductas olvidando los sentimientos más profundos.
Paradójicamente esta inundación de información, puede tener un efecto negativo sobre la salud de las personas más vulnerables, al potenciar su inseguridad e ir configurando una forma de estar en el mundo teñida de pena y de tristeza.
Por esto podemos concluir que la sobreinformación puede producir una desinformación. Como ejemplo, tenemos las campañas sobre la gripe aviar, la enfermedad de las ‘vacas locas’, el sida o el aceite de colza, para poner solamente algunos ejemplos sanitarios, donde la sobreinformación produjo mayor confusión y consiguientemente generó en el ciudadano de a pie ansiedad y temor. Es un ejemplo claro de que el exceso de información no siempre produce bienestar, sino todo lo contrario.
¿Es mejor no estar informado?
Tampoco este es el mejor camino, sobre todo en lo referente a la información médica. Es decir, es evidente que es adecuado estar bien informado; pero también es cierto que un exceso de información también se puede volver contra el individuo, pues no sabe cómo digerir tantos datos. Aquí, como en otros temas de la vida, es necesario conseguir un equilibrio y huir tanto de la carencia de información como de un exceso.
Uno de efectos más perniciosos de la sobreabundancia de la información médica es que el ciudadano se convierte en su propio médico. Hoy todos hablamos del cáncer de mama, de la esquizofrenia, de la anorexia o del colón irritable. Todos queremos saber de todo. La mayoría de las personas opinan de esos o parecidos temas, pues ‘conocen’ a algún famoso que lo padece o han investigado el tema en Internet. Como consecuencia, podemos llegar a la interpretación errónea de los síntomas y también a la automedicación. Los dos grandes males de los que ‘juegan’ a ser médicos, psicólogos o terapeutas.
Con frecuencia, me sorprende con que facilidad se habla de cómo curar un esguince, el tratamiento adecuado de la bulimia y no digamos de cómo superar la depresión. Tenemos tanta información sobre estos temas que hasta el más profano se permite opinar, dar instrucciones de cómo superarlo y en ocasiones hasta hacer un diagnóstico e incluso un pronóstico. Aquí se olvida un pensamiento, que se atribuye a Marañón: “No hay enfermedades sino enfermos”. Cuando se hace esta observación siempre existe el listillo que apostilla: “Pues a la vecina del sexto le sentó bien este o aquel tratamiento o al personaje de la tele le fue bien tal cosa”. Se intenta de esta manera, minimizar el saber médico o vulgarizar los conocimientos sanitarios. A nadie se le ocurre discutir con un ingeniero cómo se hace un puente, pero todo el mundo da su opinión ante la depresión de la madre e incluso se cuestiona el tratamiento del psiquiatra. Hasta este extremo ha llegado la generalización del conocimiento médico.
La información médica, en los últimos veinte años, ha desbordado, en los países desarrollados, el circuito de los profesionales de la salud y ha invadido los medios de comunicación: todo periódico que se precie tiene su sección de salud, existen programas dedicados a los temas sanitarios y se han multiplicados las páginas web, que explican diferentes temas médicos.
Esta divulgación médica se ha convertido en una avalancha con la aparición de internet. La cibermedicina está posibilitando la proximidad de cualquier ciudadano al mundo sanitario, pero con el inconveniente de que éste no sabe distinguir entre la información adecuada y rigurosa y la información panfletaria. Aquí cabría señalar, como ejemplo, las falsas promesas que vemos cada día en temas referidos a la alimentación: métodos de adelgazamiento y para mantener la figura, alimentación sana, etc.
Está claro que una buena información médica ayuda al paciente a asumir mejor su enfermedad y, por lo tanto, el médico no tiene que importarle la utilización de internet por sus pacientes, sino, que lo verdaderamente importante es saber que tipo de web se visita para informarse de su dolencia.
Yo mismo, como médico psiquiatra, escribo artículos, que se publican en revistas y en blogs, sobre todo lo relacionado con la salud mental, porque considero que es muy importante hacer una buena divulgación de todos estos asuntos, que por otra parte nos afectan a todos. Estoy totalmente a favor de que todas las personas tengan a su disposición una información médica accesible, que pueda ser entendida por el común de los mortales, pero es necesario que esa información sea de calidad. En información sobre salud mental y emocional, esta calidad la pueden proporcionar las personas que realmente saben de lo que están hablando, es decir, los profesionales de la psicología y la psiquiatría. Información, sí, pero de calidad.
Pautas para evitar el síndrome de fatiga por exceso de información.
# 1.- Debemos tener presente que tanto la desinformación como la sobreinformación son un inconveniente para el equilibrio psicológico del individuo. Aunque es cierto que debemos recabar datos para tomar una decisión (la compra de un piso, el cambio de puesto de trabajo, etc.), no es menos cierto también que una avalancha de información nos puede paralizar o confundir y, por lo tanto, no tomar ninguna decisión.
Debemos correr el riesgo de equivocarnos, pues la completa seguridad de que hemos elegido la mejor opción no existe y, si continuamos acumulando información, lo único que conseguiremos es multiplicar nuestra angustia y ansiedad.
# 2.- Ante un problema económico, médico, educativo, etc. debemos pedir información al experto, pero esto no supone que debamos consultar a todos los peritos en la materia, entre otras razones porque siempre pueden aparecer aspectos no contemplados por el anterior.
A este respecto recuerdo una anécdota personal: cuando mi hija era pequeña ante la deformación evidente de su dentadura decidimos consultar a varios dentista. ¡Cada uno nos dio una solución! Unos decían que era preciso la extracción, otro que precisaba un aparato corrector y un tercero nos llegó a decir que no era necesario hacer nada por el momento. ¿Ante criterios tan diversos qué hacer? Al final nos dejamos llevar por la pura intuición y por el que estaba más cerca del domicilio (como se observará ninguna de ellas eran razones científicas). No obstante, por los resultados parece que la opción fue la correcta.
# 3.- Respecto a la información sanitaria, el personal médico debe huir de excesivo tecnicismo y de una sobreabundancia de datos. Ambas posturas son graves errores a la hora de transmitir la información. La primera crea más confusión y angustia (“todos esos nombres raros me suenan a cosas malas”, decía un familiar de un enfermo); y la segunda, quizás descubra aspectos que el propio enfermo y la familia no se habían planteado, con lo cual la espiral del caos se acrecienta. Además, la información médica debe ser gradual, flexible y veraz, teniendo en cuenta al receptor (su formación, la situación ante la enfermedad, etc.) y buscar el momento oportuno para transmitirla.
# 4.- La información diagnóstica y del momento evolutivo de la enfermedad debe ser realizada por el personal médico responsable del enfermo. Las consultas a internet, enciclopedias médicas, etc. en ocasiones más que clarificar la situación la contaminan, entre otras razones, porque existen webspseudocientíficas que provocan falsas expectativas o soluciones excesivamente fáciles, ante problemas médicos muy graves.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra y catedrático de Psicopatología
Cofundador del Teléfono de la Esperanza
(FUENTE: http://www.cuidatusaludemocional.com/)
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