sábado, 10 de mayo de 2014

CLAVES PARA UNA "ETERNA PRIMAVERA"

 En las siguientes líneas vamos a indicar algunas pistas para conseguir no "la juventud eterna", sino para vivir tan intensamente los momentos de nuestra existencia, que aunque seamos viejos, sigamos creciendo psicológicamente. He aquí las "palabras claves": asombrar(se), explorar, sentir y "la fuerza de lo presente". 


Asombrar (se)
Lo contrario de la rutina es nuestra capacidad de sobrecogernos ante las cosas grandes y también de las pe­queñas. Es un buen indicador de que estamos vivos (y creciendo) si somos capaces de sorprendernos ante lo cotidiano: el cambio del corte de pelo de la mujer, el rostro serio o alegre del marido, la mirada triste del hijo adolescente, el saludo afectuoso del amigo, etc. 

Crecer psicológicamente es no pasar de largo ante lo que ocurre a nuestro alrededor, sea del signo que sea. Es, por otra parte, la actitud del bebé, que madura a través de las experiencias externas: calor, frío, afecto, cuidado, etc. Es evidente que cuanto más estemos estimulados más po­sibilidades  existen de una maduración neurólogica y psicológica. Crecemos en cuanto que somos capaces de sentir nuestro mundo interior (fantasías, deseos, etc.) pero también el mundo exterior. 

Desgraciadamente en nuestra vida de adultos, estresante y caótica, todo pasa demasiado deprisa, sin posibilidad para paladear (como en primavera) de la multi­plicidad de vivencias, que nos empapan diariamente. Será muy enriquecedor poder vivir cada día, como algo nuevo, distinto, irrepetible, pues cada circunstancia tiene su encanto, al menos en eso, en ser ella misma. 
            
Es esta capacidad de sorprendernos de las peque­ñas cosas lo que nos estimula e impulsa a crecer psicológicamente. De lo contrario, nos convertiremos en témpanos de hielo sin capacidad para sentir y emocionarse ante la sonrisa de un niño o de un anciano, o el simple dibujo de unas nubes de nuestra hija pequeña, por ejemplo. 


Explorar                         
Es una consecuencia de lo anterior. La persona crece psicológicamente cuando no se conforma con lo que tiene sino que se preocupa por descubrir la esencia misma de las cosas. No es una exploración superficial o de chismorreo sino mas bien una autorreflexión de las propias actitudes o acciones.
               
Explorar significa, pues, intentar descubrir los matices de la relación del individuo con el entorno, y los cambios que se van produciendo dentro de uno mismo. Lo mas opuesto al crecimiento psicológico es quedarse quieto, inmóvil.


Sentir  
Si algo define a la pri­mavera es la pluriedad de colores, olores e incluso de sabo­res. Por eso aquello de que la primavera la sangre altera es cierto, desde distintas vertientes. Desde la posición es­trictamente médica es la época donde más se reactivan todos los proceso alérgicos. Desde una perspectiva más psicológica  son los meses donde los sentimientos, las emociones están mas a flor de piel (recuérdese el incremento de los cuadros depresivos en esta estación). 
               
Sin llegar a esas manifestaciones patológicas, lo cierto es que también para crecer (psicológicamente) de­bemos permitirnos tomar conciencia de nuestras propias emo­ciones: agresividad, amor, envidia, rencor, solidaridad, etc. Lo negativo no es sentir, sino el pasar a la acción un sentimiento negativo. Por esto, propugnamos una libertad de sentir, que no es sinónimo de una libertad de actuar (poner en práctica los sentimientos negativos: agresividad, etc.). 


La fuerza de lo presente
La primavera, por sí misma, es una época esta­cional que nos llena plenamente. No se tiene añoranza ni por el invierno que ha pasado, ni por el verano que debe llegar. En sí misma es un tiempo inestable, pero con una entidad propia.
                
En el hombre se da este mismo fenómeno: es pre­ciso vivir plenamente el momento presente, sin hipotecarnos por el futuro incierto, ni tampoco amarrarnos a un pasado traumático. Crecer psicológicamente implica que vivimos el "aquí y el ahora" en toda su dimensión, sin condicionamien­tos pasados ni futuros.  
                
Tengo entre mis manos un texto mitad oración, mitad reflexión que afirma que "existen dos días en cada semana de los que no deberíamos preocuparnos: el ayer y el mañana".Y esto por una sencilla razón: a la locura el hombre llega a través de los remordimientos  y la amargura de lo que pasó "ayer", y el miedo a lo que "mañana" pueda ocurrir. Y añado yo: a la salud mental se llega al vivir plenamente  el "día a día”.
        

                                    ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA

                                      Psiquiatra.Cofundador del TE      

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