“La primera vez que me ocurrió estaba cenando con mi pareja en su casa. No había pasado nada especial, la cena había sido tranquila y la conversación sobre temas normales del día a día. No puedo recordar bien cuando empezó, en un momento estaba en un estado normal y en el siguiente empecé a sentir que algo iba mal. No recuerdo el primer síntoma, seguramente las palpitaciones, pero también pudo ser la dificultad para respirar. Me asusté mucho. No sé por qué, pero me levanté y me fui a un rincón del comedor. Sentía verdadero terror. Me faltaba el aire y al mismo tiempo pensaba que el corazón se me saldría del pecho. Sudaba. Mi cara ardía. Era como si estuviera fuera de mi cuerpo. Como si mi pareja a mi lado sin saber qué hacer no estuviera a mi lado. Como si no fuera yo. Y como vino se fue. Aunque el terror siguió atenazando mi pecho mucho tiempo después de que terminara. Fue terrible”.
“La segunda vez estaba con mis padres. El episodio fue similar, pero las consecuencias no. Se asustaron más que yo. Me llevaron a urgencias y allí me ingresaron en el área psiquiátrica. Yo quería irme de allí y no me dejaban. Me atiborraron de medicación. Estaba zombi. Estuve 4 días y luego me dejaron ir.”
Los ataques de pánico, antiguamente denominados crisis de angustia, son reacciones físicas que no podemos controlar de sudoración, palpitaciones y ahogo. Pueden ir acompañadas de otros síntomas, como náuseas, mareos, escalofríos o sensación de calor. Además de los síntomas físicos, es habitual sentirse invadido por el miedo de no poder controlarse e, incluso, por el miedo a morir y, en ocasiones, con sensaciones de irrealidad.
Es un trastorno mucho más habitual de lo que se piensa, que muchas personas padecen sin ser plenamente conscientes de ello, asociándolo a causas físicas. Muchas personas que han padecido una sensación de ahogo incontrolable, que se siente a veces en los cines o en lugares en los que confluye mucha gente, como centros comerciales o el transporte público, unida a una sensación de miedo o angustia, pueden estar padeciendo un ataque de pánico.
Cuando se ha padecido algún ataque de pánico es difícil olvidarlo y en la mayoría de los casos se desarrolla un miedo, casi irracional, a que vuelva a ocurrir, haciendo lo posible por evitar las situaciones que se asocian con el mismo.
El miedo a sufrir un nuevo ataque de pánico es tan fuerte que se llega al extremo de no querer salir de casa o hacerlo sólo si es acompañado de alguien en quien se tiene plena confianza.
Se evitan los lugares públicos y, en muchas ocasiones, se tiene que “huir” cuando se siente una situación como no controlada.
En el cine se buscan siempre asientos cerca del pasillo o de la puerta de salida.
Se evita el transporte público, en ocasiones en horas punta, en la mayoría de los casos en cualquier momento.
Se tiene miedo de andar por la calle.
Estos síntomas, asociados habitualmente a haber padecido previamente un ataque de pánico, se les denomina agorafobia.
Las bases neurofisiológicas del ataque de pánico existen en todas las personas y se derivan de las respuesta de un sistema cerebral llamado sistema parasimpático.
Para entender más sobre las bases neuronales de los ataques de pánico y, a partir de ellas, como tratarlos, así como la agorafobia resultante, puede consultarse el siguiente enlace: La causa y el tratamiento de los ataques de pánico.
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