En nuestra “sociedad del bienestar” se está produciendo un fenómeno muy significativo: el de los chicos y chicas desencantados, desmotivados, que no quieren estudiar ni trabajar, que pretenden permanecer viviendo en el hogar de los padres de por vida siendo mantenidos por éstos. Es lo que se ha venido a denominar los Ni-Ni: ni estudian ni trabajan.
Por fortuna, se trata de una minoría de los jóvenes actuales, ya que la mayoría trata de abrirse camino en un mercado laboral muy competitivo, en el que la precariedad en los trabajos se ha convertido en algo habitual. Esta mayoría de jóvenes, que probablemente constituye la generación más formada hasta la fecha, estudian, trabajan o compaginan ambas actividades. Bastantes de ellos se han visto incluso abocados a emigrar para poder ejercer su profesión debido a las altas cifras de desempleo en determinados sectores laborales en países como España, Portugal, Grecia...
Junto a esta esforzada mayoría, coexiste una minoría de chicos y chicas con poco aprecio por el esfuerzo, indolentes, pasivos. En muchos casos, estos jóvenes son el resultado de la sobreprotección de sus progenitores, que se lo han dado todo desde el punto de vista material.
Como consecuencia de la sobreprotección, estos jóvenes no asumen sus propias responsabilidades y, por tanto, tampoco desarrollan sus capacidades para afrontarlas, porque siempre son sus padres quienes les resuelven los problemas. De este modo, se quedan bloqueados cuando se les presentan dificultades porque son individuos dependientes que apenas han fortalecido sus recursos personales. Así, se dan de bruces contra un mercado laboral tan agresivo y con las exigencias académicas.
Como perciben que no son capaces de cuidarse por sí solos ni enfrentarse a los desafíos cotidianos, tienen una baja autoestima y son personas con miedo al futuro.
Además, con la intención de evitarles cualquier contrariedad, los padres han malacostumbrado a estos chicos y chicas a que sus deseos se hicieran realidad con solo chasquear los dedos, por lo que estos jóvenes tienen muy baja tolerancia a la frustración. Asumen con gran dificultad que las cosas muchas veces no salen como uno quisiera y reaccionan de manera airada e incontrolable.
Sobreproteger a un hijo y convertirse en rehén de sus deseos, lejos de impulsarle a crecer con una buena salud emocional, dificulta el desarrollo de sus potencialidades y no le ayuda a superar la mágica creencia de que es el ombligo del universo.
Por otra parte, esta juventud Ni-Ni está bastante uniformada, no solamente en cuanto al vestido, sino también en lo que se refiere a las creencias y los valores. Parecen como si todos estos chicos que ni estudian ni trabajan estuvieran cortados por el mismo patrón: la indiferencia, la pasividad, la falta de amor al riesgo, la comodidad, la seguridad familiar, son algunas de sus características.
Como afirmaba una madre de uno de estos chicos en la consulta, mientras se lamentaba de no haber sabido que con ciertas concesiones no le ayudaban a madurar psicológicamente: "Esta juventud está como hilvanada a su entorno". Parece como si en cualquier momento se fuera a romper y su gran esfuerzo es por no entrar en conflicto con nada. Pasan como de puntillas por los problemas cercanos o lejanos: "los contratos-basura", el paro, las guerras. Son jóvenes sin el entusiasmo, el quijotismo, el compromiso y la misma inconformidad de otros chicos de su edad.
El joven Ni-Ni no profundiza en sus propios deseos y proyectos, sino que intenta acomodarse a lo establecido. Lo que está de moda se convierte así en su único punto de referencia. Si es costumbre beber litronas o tomar sustancias los sábados por la noche, pues se hace. No se cuestionan más. Se eleva a la categoría de norma y ley lo que establece la mayoría. No se preguntan sino lo que hacen les agrada o desagrada, sino si está o no en consonancia con la moda al uso.
El joven que ni quiere estudiar ni trabajar es como un radar que intenta captar, en cada momento, los mensajes de su entorno. Es como un autómata que vive repitiendo modelos y actuaciones de los más famosos. Esta actitud provoca la renuncia a las propias posibilidades, y un "tragarse" como bueno todo lo que viene desde fuera, sobre todo si es transmitido por la televisión o las redes sociales.
Esta juventud light carece de compromiso con los demás. Tienen poco que ver con otros jóvenes comprometidos, solidarios, que saben quiénes son, qué quieren y cuáles son sus metas. Los chicos Ni-Ni solamente saben conjugar el verbo pedir, reclamar sus derechos, que no sus obligaciones. Es una "juventud pasota" que siente vértigo ante el posible compromiso y tiende a lo más fácil: seguir protegidos por "los papás". "Pasan" de todo lo que signifique obligación o defender las propias creencias o valores.
Medidas para evitar que un hijo se convierta en un joven Ni-Ni
La solución no es fácil, pero se me ocurren algunas medidas preventivas para conseguir una juventud sana psicológicamente y evitar que nuestros hijos formen parte de la Generación Ni-Ni:
# 1.- Educar en la autoestima.
Es mejor ser un mal original, que una buena fotocopia. Se lo he oído decir muchas veces a un viejo amigo, en relación con la necesidad de conseguir un buen nivel de autoestima y no estar siempre pendiente de las bondades de los otros. Y es cierto. Cuando logres ser tú mismo, llegarás a ser grande, mucho más grande que si imitaras al más famoso de los famosos.
# 2.- Educar en valores.
Lo importante no es la fachada sino lo que está dentro. Debemos esforzarnos por ir robusteciendo en los más jóvenes lo que son, no lo que tienen. Así los valores de la solidaridad, el compromiso, la honradez, la tolerancia, por ejemplo, están por encima de poseer un gran coche, ir de vacaciones al Caribe o comprarse unas zapatillas de marca. Lo primero es lo esencial, lo segundo es lo accidental.
# 3.- Educar para superar la frustración.
Es una receta básica para el buen funcionamiento de la familia. Así como existe una vacuna contra la meningitis y otras enfermedades, deberíamos aprender a ‘vacunar’ a nuestros hijos contra la frustración. ¿Cómo? No protegiéndoles de tal manera que parezca que viven en el paraíso terrenal: nada se les niega (todos los caprichos están a su alcance), todo se les permite. “El niño que nunca oye la palabra ‘no’ en boca de sus padres, será un niño infeliz”. No aprenderá a poner límites a sus deseos y necesidades. Y esto es así porque el “no” de sus padres puede frustrar pero también organizar al trazar las coordenadas por donde se puede mover el niño o el adolescente. Esto sí, deben ser unos límites razonables no autoritarios. Todo esto se consigue en un medio familiar tolerante y flexible donde todo se puede pensar y decir (aunque no realizar), y donde el adolescente se sienta querido y valorado y todas las reglas sean claras y asequibles.
# 4.- Aceptación de las propias limitaciones.
No se debe exigir más de lo que el niño pueda dar (ni por supuesto tampoco menos): a nivel académico, deportivo, de responsabilidad, etc. Él mismo debe ir aceptando sus propias limitaciones, no como un defecto sino como su realidad, que le puede producir felicidad y bienestar. El niño desde que nace está inmerso en una continua frustración: falto de alimento, no atención inmediata, frío o calor, etc. que deberá asumir como algo humano e incorporado en su devenir como persona.
No se debe exigir más de lo que el niño pueda dar (ni por supuesto tampoco menos): a nivel académico, deportivo, de responsabilidad, etc. Él mismo debe ir aceptando sus propias limitaciones, no como un defecto sino como su realidad, que le puede producir felicidad y bienestar. El niño desde que nace está inmerso en una continua frustración: falto de alimento, no atención inmediata, frío o calor, etc. que deberá asumir como algo humano e incorporado en su devenir como persona.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
gracias
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