Cuentan los historiadores de la época que cuando los griegos tenían ya dominada Troya, Eneas, junto a algunos otros troyanos, rechazó a los atacantes griegos y recuperó parte de la ciudad. Los griegos les propusieron un pacto para dejarlos libres y les concedieron la posibilidad de que cada uno cogiera cuanto pudiera de sus posesiones personales.
Mientras todos los demás cogían oro o plata o alguna otra cosa de valor, Eneas imploró a los griegos por la vida de su padre, que era muy mayor, y se lo llevó en hombros, hecho que admiró tanto a los griegos que le dieron un nuevo permiso para llevarse cualquier otra cosa que quisiera de su casa, por lo que cogió los objetos ancestrales de su familia.
Y ocurrió que por esto su virtud fue alabada en gran medida, alcanzando la gloria incluso entre sus enemigos, pues mostró que en los mayores peligros hizo de su mayor preocupación la piedad hacia sus padres y la reverencia a los dioses. Por esto dicen que se le concedió, junto a los troyanos supervivientes, marcharse de la Tróade con total seguridad y adonde quisiera.
Esta bonita historia resume muy bien el caso que se nos presenta en esta nueva entrega de nuestras "Historias de Diván". Tranquilos, no va de mitología, sino de un nuevo caso clínico. Lo que ocurre es que a veces la mitología es tan real como la vida misma y se sigue repitiendo cada día. Que lo disfrutéis
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