Hace unos días estuve en un hospital de Madrid. No fue por padecer alguna enfermedad, ni porque algún familiar estuviera enfermo o hubiese sido operado, por señalar las circunstancias más frecuentes que provoca ese tipo de visitas, mi presencia allí era por un motivo de alegría. Por esto, cuando después de deambular por pasillos y pasillos y preguntar a varias enfermeras encontré la habitación, objeto de mi visita, contemplé a un grupo de familiares sonrientes y alegres junto a una cuna: Victor tenía un día de vida.
El nacer siempre implica una esperanza y un alto nivel de angustia, para los espectadores de la escena, y para el mismo recién nacido. Se produce entre el dolor (dolores de parto de la madre), la ruptura del cordón umbilical y el grito del recién nacido, como el primer gesto que implica vida. Dolor, ruptura y proclamación de la necesidad de vivir, a través del grito, son los ingredientes del hecho de nacer.
Hoy al recordar el nacimiento de Victor pienso que la vida cotidiana, reproduce de alguna manera la vivencia de nacimiento: salir de un sitio agradable y tranquilo (el útero materno) a través de un grito o llanto. En muchas ocasiones de nuestra vida el sufrimiento y la angustia, como Victor, es la catapulta que nos lleva a la paz y tranquilidad. Es curioso constatar que el recién nacido para que viva tiene que llorar.
Por otra parte, en aquella habitación del hospital donde estábamos jóvenes, maduros y maduritos, el ser más diminuto era el que tenía más potencial de vida. Victor solamente había consumido de su tiempo un día. Ese es uno de los misterios de la vida: lo más pequeño puede ser lo más grande; la experiencia de sufrimiento se puede convertir en una experiencia de vida y la vivencia más insignificante puede convertirse en el punto de partida de nuestra felicidad. ¡Es el poder de las cosas pequeñas!
Al contemplar a Victor, pequeño y diminuto, indefenso a pesar de su potencial de vida, y cómo se agarraba al pecho de su madre, sentí alegría por lo que eso significaba de esperanza y de proyecto de vida. Era como contemplar el nacimiento de un bello día, con todas sus posibilidades de disfrute pero también con el riesgo de la pena y sufrimiento.
Hoy, al redactar estas líneas, he recordado un pensamiento de V. Frankl, que representaba a la existencia, no como una línea recta que finaliza con la muerte, sino como un círculo que se cierra al morirse. Lo importante, pues, no es la longitud de la vida (cuánto años ha vivido) sino su contenido (cómo ha vivido). En la imagen del círculo lo importante es cerrar el círculo, es decir completar de forma saludable nuestra existencia. Por esto decía V. Frankl, que la “vida no es algo importante, sino la oportunidad de hacer algo importante”. Es lo que yo deseo que se cumpla para Victor, sus hermanos Alvaro y Claudia y sus padres Bea y Luis. ¡Enhorabuena!
Alejandro Rocamora Bonilla, Psiquiatra-Cofundador del Teléfono de la Esperanza
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