Durante la Edad de Hielo, muchos animales murieron a causa del frío. Los puercoespín dándose cuenta de la situación, decidieron unirse en grupos. De esa manera se abrigarían y protegerían entre sí, pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos, los que justo ofrecían más calor. Por lo tanto decidieron alejarse unos de otros y empezaron a morir congelados. Así que tuvieron que hacer una elección, o aceptaban las espinas de sus compañeros o desaparecían de la Tierra. Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. De esa forma aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con una persona muy cercana puede ocasionar, ya que lo más importante es el calor del otro. De esta forma pudieron sobrevivir.
Así, pues, en la relación con los demás podemos “pecar” de dos maneras: porque nos aproximamos tanto al otro que prácticamente nos fusionamos con él, o porque nos alejamos tanto que vivimos como si estuviéramos solos. En el primer caso, a la larga se produce gran malestar y sufrimiento, pues la proximidad ahoga. Es lo que ocurre en los “vinculos dependientes” donde no se respetan los límites, por ejemplo, de los padres ni de los hijos. En el segundo supuesto, el malestar se produce por la lejanía afectiva y emocional que provoca el aislamiento del sujeto. Se teme tanto que el “otro” me haga daño que se provoca un distanciamiento defensivo, que a la larga también es dañino, para ambos.
La moraleja de esta historia es simple: la mejor relación no es aquella que se produce una fusión con el otro, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con los defectos de los demás y admirar sus cualidades, y a mantener una “distancia amorosa”. De esta forma, tenemos en cuenta las “espinas” propias y ajenas (las deficiencias de los demás y nuestros propios límites). Así, las familias que mejor funcionan son aquellas que saben mantener una distancia equidistante de los demás: ni demasiado cerca (para no pincharse), ni demasiado lejos (que no produzcan calor unos con otros). Fue lo que hicieron los puercoespín y por esto sobrevivieron.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra.Cofundador del Teléfono de la Esperanza
No hay comentarios:
Publicar un comentario