(HACEMOS CONSTAR QUE LA HISTORIA ES ABSOLUTAMENTE FICTICIA Y CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA)
- Sin darme tiempo a un tan siquiera “buenas tardes, Teléfono de la Esperanza”, me encontré con una clara y concisa declaración negra de intenciones: “tengo ganas de suicidarme”.
Me aclaró que estaba al otro lado de la línea porque una amiga le había hablado del Teléfono de la Esperanza y que antes de correr el telón por última vez, tal vez merecería la pena abrir una brecha a ese deseo maldito de quitarse de en medio. “Para qué seguir sufriendo, engañando, mintiendo, bebiendo”.
- “¿Te importa que nos tuteemos?... ¿Te parece que volvamos al principio, sí, a tu declaración de principios?”, fue la forma que ensayé para coger las riendas de una conversación difícil y temida.
- “De acuerdo, empecemos, por el principio, por mi decisión de apagar de una vez la vela tímida de mi propia historia. Me gustaría que me entendieras y para eso estoy dispuesta a secuenciar las partes más dramáticas de mi tragedia. Acabo de cumplir los treinta y me siento rodeada de sombras, de fantasmas, de negrura. Hace años me metí en el alcohol, como todos los que inician esta carrera hacia ningún lado. Una copa de más para desinhibirme, soltarme y romper mi timidez. Y después otra y otra. Y así varios años seguidos. El alcohol era mi salida de emergencia ante los estudios asfixiantes, las presiones de los profesores y los deseos de enrollarme con un tío bombón. Durante un largo tiempo las merluzas se circunscribieron a los fines de semana. Más tarde se alargaron y se hicieron cotidianas”. Esta confesión surgió así, seguida, casi sin respirar.
- “Claro. En una escandalera que formé el mismo viernes en el que ese año estrenaba la primavera, me llevó a casa Héctor. Estuvo conmigo sentado en el sofá. No me tocó en toda la noche ni en el mes siguiente. Recuerdo que me dijo: “Oye, tía, me gustas; me has entrado por la puerta principal, yo no quiero un rollito; busco algo serio, que merezca la pena. Que escriba páginas y páginas. Tirarme a una tía sin más no me va, no debe estar en mis genes, me deja un sabor amargo. Busco una relación con futuro, con un sinfín de estaciones. Eso, eso, me dijo, para algo más que encoñarme. Sí estás dispuesta a rehabilitarte lo podemos intentar, si no adiós, me voy.
Vale, le dije. ¿Qué pierdo intentándolo?. Tal vez gane a un buen tipo. El me abrazó. De acuerdo, fue toda su respuesta.
Estuve dos años asistiendo a una reunión semanal en Alcohólicos anónimos y la cosa empezó a tener otro color. En ese tiempo conseguí trabajo y lo nuestro se asentó. Los dos nos sentíamos cómodos. A gusto. Es el período de mi vida que evoco con más gratitud y felicidad. Con calma. ¡Joder!, qué palabra he dicho, ahora que parece que ha saltado por la ventana y solo siento prisas y ahogos”.
- “¿Prisas y ahogos?, le recordé.
- “Y mucha rabia. Y camiones de culpa encima que no me dejan circular por la carretera de mi propia existencia. Muchas veces he ido por carril contrario, a mi bola, escuchando el claxon de otros que me decían. ¡Por ahí vas mal!. ¡Qué te den por culo!, acostumbraba a replicarles.
No hace mucho mi vida se fue a la mierda. La relación con Héctor no estaba pasando por su mejor momento. Le acababan de echar del curro y estaba encendido, envenenado, todo el día en casa, sin nada qué hacer. Aquella mañana estaba llenando el lavavajillas y entró él, cuando me vio que metía la fuente de colores que le había regalado su madre y que él tanto quería, me la cogió de las manos con furia para lavarla en el grifo directamente, entonces se le cayó y…. Oye…, disculpa mi puñetazo encima de la mesa. No sabes cuánto he llorado por ese día, por ese instante..”
- “¿Se le cayó y…?, balbucí a media voz” “Se le cayó de las manos y se hizo añicos y me corté por varios sitios en las piernas. Empecé a gritar al ver correr la sangre como un reguero. Me puse histérica. Le llamé de todo menos algo bonito. A los veinte minutos estaba en el hospital dando explicaciones a la médica y la médica me habló de violencia de género, que había que dar parte a la policía. Todo fue muy deprisa, ¿entiendes?. No reaccioné. A la hora Héctor estaba en comisaría detenido, sorprendido y confuso. La sentencia judicial llegó a los pocos días con una orden de alejamiento para Héctor de seis meses. Me ingresaron en una casa de acogida para mujeres maltratadas, donde se escuchaba a todas horas noticias negras, macabras, de lo cabrones que eran los hombres, de lo hijo de putas que nacieron algunos. No me atreví a decir que Héctor no era así, que todo había sido un accidente doméstico, que en el hospital se precipitaron, que la sentencia era absurda. En el centro de la mujer y mi abogada me decían que padecía el síndrome de Estocolmo, esa actitud malsana que te hace dulcificar la cara y los gestos del verdugo. No fue así, no fue así, tenía que haberlo dicho en el hospital, en el Juzgado, en el Centro de la mujer del Ayuntamiento, en la horrible casa de acogida, en el trabajo. ¡Hasta me concedieron una excedencia laboral por violencia de género!... Oye, me faltaron un par de ovarios..”
- “¿Un par de ovarios?, le devolví la afirmación.
- “En esos momentos sentí una sensación oscura, viscosa, envolvente, que me llenaba los pulmones, que me hería el corazón y me impedía que los riñones depurasen, era la culpa de la cobardía, del enredo que no supe cortar a tiempo, de la mentira que me apretaba como un lazo cortante, un lazo de espinos, en la garganta, en el pecho, en el estómago. Me fui de Barcelona a la casa de mi hermano en Almería y los recuerdos grises y amargos me llevaron otro vez al alcohol, a la basura, a las vomitonas… En mi desesperación llamé a Héctor, me perdonó y volví con él, a pesar de la orden de alejamiento. En el Ayuntamiento, en el Juzgado y mi abogado creen que sigo en Almería, pero no… En estos últimos días también le engaño a él. Guardo las cervezas y el tequila debajo de la cama…”
- “Hoy no. Llevo tres días tomando el repelente que me recetó el psiquiatra. Estoy hecha una piltrafa, con el síndrome, sabes, queriendo hacer lo que me daña, lo que hunde y me entierra. Ya no quiero luchar. He tirado la toalla y es mejor dejarlo para siempre. No veo..”
- “¿Qué te hizo regresar otras veces? , decidí asumir una postura proactiva.
- “Yo misma, otras el tener un trabajo estable y seguro en la Administración, Héctor, mi sobrina Andrea que es un cielo, yo qué sé, el amueblar a mi capricho el apartamento que me había comprado…”, fue desgranando y al hacerlo sentí que una vez más se estaba agarrando a la vida y echando raíces en suelo firme.
- “¿Y ahora qué, sí, qué está en tus manos para enraizarte, para volver a empezar?. Y no me digas nada, que no me lo creo. ¿Qué puedes hacer para encaminarte?.”, sentí que nuestro diálogo estaba entrando en la puerta de la alcoba. “¿Algo distinto a lo que hayas hecho hasta hoy?”
- “Oye tío, me estás provocando. Yo solo quería despedirme de forma razonable y tú pretendes que me agarre a la vida, que abra posibilidades, que vuelva a escribir otra página en mi propio libro. ¡Estoy hasta las tetas de volver a empezar…!. ¿Qué podría hacer…?. ¡Es qué no sé si lo quiero..!. Podría ir a Héctor y decirle: he vuelto a beber. ¡Qué putada…!. Podría ir al Ayuntamiento, a la Abogada, a la Jueza y confesar que todo fue un accidente de andar por casa… ¡Con qué cara!. Podría ir al trabajo y renunciar a la excedencia y reincorporarme. Podría volver a Alcohólicos y decirles: ¡la he cagado!... Podría mirarme a la cara y decirme: has sido una mierda, una cobarde, un bicho, mereces otra oportunidad, perdonarme. ¡Dios, cómo se hace eso, perdonarse!.
- ” Todo mi empeño se centró en reforzarla, en empujarla hacia sí misma y acrecentar su posibilidades y sus deseos de cambio: “¿Quieres hacerlo?. ¿Estás dispuesta?..”
- “…..Tengo dudas, muchas dudas. Cuando has tropezado un puñado de veces y te has levantado, cada vez cuesta más… Quiero querer y hacer fuerte mi voluntad. Tengo mi cuadro hecho añicos y no va a ser fácil recomponerlo. Voy a necesitar ayuda en todos los frentes. Podía hacer psicoanálisis, dedicarme un período largo a analizar qué me lleva a destruirme, a maquillarme, a huir. Volver al hospital me ayudaría a tener el tiempo ocupado…”, confesaba confiada.
- “Te propongo cerrar los ojos y repetirte este mantra varias veces en silencio y después en alto: ME PERDONO. Si quieres, ¿por supuesto?”, decidí dar una paso más para tratar de hacer un círculo sin aristas con la comunicación.
- “Quiero… Me perdono, me perdono, ME PERDONOOOOO… No me resulta fácil. No sé si me lo merezco… Me perdono… ¡Estoy desnortada!. ¡Han sido tantas putadas!... Me perdono…. ¿Esto vale para algo?... Me perdono… ¿Hasta cuándo este me perdono?”
-“Hasta que cada una de tus células se lo crea y lo sienta”, clarifiqué.
- “¿Tardará?”.
- Tardará.
VALENTÍN TURRADO, Voluntario del TE
Por supuesto que tarda... pero todo se consigue: con decisión, con rabia, catendo y levantándose. .. pero sobre todo... continuando y con ayuda.
ResponderEliminarGracias! Paco