Estas palabras son reales y todas ellas de personas que llegan a ese punto en el que creen que nada puede cambiar y lo más preocupante, la creencia de que de ellos
no depende dicho cambio.
El suicidio ha sido y es un tema tabú.
En la actualidad aparte de los suicidios en la población
en general, ha aumentado el número de adolescentes que se suicidan o lo han
intentado. Con la pandemia se ha agravado.
¿Qué está ocurriendo?
Nos encontramos en la sociedad del bienestar, de la
información, de la divulgación, de las
redes sociales. Una época en la que invertir en uno mismo ya no es visto como un acto de egoísmo. Entonces, ¿a qué se
debe?
¿Creen los adolescentes que su valor como persona depende
del éxito en las redes sociales o de su popularidad? ¿Necesitan el reconocimiento externo?
¿Poca tolerancia a la frustración?
Tal vez lo que necesiten es tener una mejor autoestima, saber que el mayor reconocimiento es el que
ellos mismos se pueden dar y que nada de fuera puede llenar las inseguridades y
vacíos propios de la edad.
Es evidente que algo falla, es evidente que la sensación
de vacío es una alarma que jamás hay que
ignorar.
El suicidio ya es la primera causa de muerte no natural
por delante de los accidentes de tráfico.
Muchas de estas personas han tenido una infancia traumática, pero no nos equivoquemos, en muchos otros casos no ha sido así. La mayoría de ellas tampoco tienen un
trastorno mental, entonces, ¿qué es lo que hace que una persona tenga la
fortaleza mental de continuar, de una que
tira la toalla y cree, piensa y siente
que la única salida es suicidarse?
No hay una clara respuesta para esta cuestión, pues influyen
múltiples factores, biológicos, genéticos, psicológicos, sociales,
culturales y medioambientales.
Pero sí podemos
intuir que hay personas que ante la
adversidad, ante el más difícil momento de sus vidas, se dicen; “no puedo más, no quiero seguir así. No sé
cómo ni cuándo, pero voy a salir de
aquí.”
Sin embargo, otras se dicen: “No puedo más, no puedo seguir así, no hay nada que yo pueda hacer y si lo hay no tengo fuerza ni la
esperanza de que algo pueda cambiar”.
Personas que no quieren morir, pero no quieren seguir
viviendo de la misma manera. Por ello, es importante sacar a la luz esta
problemática que aparece tímidamente en los medios de comunicación y en las
conversaciones del día a día.
Hablemos del suicidio, no solo el 10 de septiembre, todos
los días, en la familia, a nuestros hijos, en el trabajo, en terapia, en los
medios de comunicación, en las tertulias.
Hablemos del suicido como hablamos del cáncer, o de los accidentes de
tráfico o de la violencia de género.
Hablemos sin miedo a pronunciar esa palabra. Es la única manera de quitarle el
estigma que tiene.
Atrevámonos a decirle a alguien de confianza: me siento mal, llevo un tiempo que no veo la
manera de salir de este estado emocional o de esta situación. Se me pasa por la
cabeza quitarme del medio. Lo pienso… no lo he planificado todavía, pero lo
pienso a menudo.
De esta manera, comprenderemos que esa persona que parece
que no lo va a llevar a cabo al menos de momento, sí se encuentra ya en la fase
de ideación suicida y puede que dentro de un tiempo cuando algo le ocurra, sea
el detonante que le lleve a planificarlo y ejecutarlo. Y si no lo dice, si no
lo expresa, las personas de su alrededor no se darán cuenta.
Muchos suicidios podrían evitarse si las personas se atrevieran a
decir que lo están pensando. Intervenir en la fase de ideación no es lo mismo que en la fase de
planificación y mucho menos cuando la persona ya lo ha intentado y no le
ha salido bien.
No somos más débiles, todo lo contrario. Hay que tener
mucho coraje para decir: “No puedo,
necesito ayuda”.
No quitemos nunca importancia a sus palabras de abatimiento y desaliento. Entendamos que no importa la situación que
esté viviendo: pérdida de un ser querido, divorcio, quiebra de su empresa, su sensación de poca valía etc… No olvidemos que dentro lleva su
infierno particular, del que no sabe salir y lo peor, de donde cree que no puede salir.
Siempre hay salida, siempre.
Ya lo dijo Victor Frankl, en su obra “El hombre en busca de sentido”. Si encuentras un propósito, hallarás fuerzas para atravesar el sufrimiento y ya no será un
sinsentido.
Y es que cuando la vida deja de tener sentido es cuando
la alarma se enciende, cuando las sirenas suenan y justo ahí es donde hay que mirar dentro de uno
mismo y afrontar el dolor que lleva dentro. Por ello, pídenos ayuda para
atravesar al otro lado, donde te espera
la liberación y la paz que jamás pueden habitar junto al
sufrimiento insoportable.
Con mucha responsabilidad, hablemos del suicidio.