domingo, 12 de enero de 2014

MUJERES EN LA EDAD MADURA: LA VIDA EMPIEZA A LOS 40.

“Jamás debemos consentir en arrastrarnos cuando sentimos el impulso de volar”.
Hellen Keller
  
Quisiera decir que cuando empecé a escribir este artículo, lo hice pensando en las mujeres. Son tantas las veces que hemos escuchado al otro lado del teléfono una voz femenina diciendo “una mujer como yo, a los cuarenta y tantos… ya no sirve pa ná…” que… poco a poco fui sintiendo la necesidad de compartir no sólo mi propia experiencia sino también la de muchas mujeres, amigas y conocidas, que podemos afirmar que la vida empieza a partir de los cuarenta. Sin embargo, creo que también es aplicable a los hombres, ¿por qué no? Así pues, si lo lees y eres hombre, permítete sentirte parte de este camino compartido por ambos sexos, el camino de la Vida, y permítete comprender un poco más a las mujeres y ser comprendido por ellas.

Para mí, decir “la vida empieza a los 40” es lo mismo que decir que empieza a los 50 o a los 45; es decir, me refiero a que la vida de una mujer alrededor de esa franja de edad que va desde los cuarenta a los cincuenta y tantos y sesenta, es una vida llena de oportunidades y nuevos desafíos –y no una época de decadencia psicofísica como buena parte de nuestra sociedad nos quiere hacer creer-.

Y esto es lo importante: lo que nosotras mismas creemos y decidimos crear.

Se habla de los cambios físicos (el envejecimiento del cuerpo, la menopausia y los cambios hormonales, etc.) y los impactos de estos cambios sobre el estado de ánimo, sobre las relaciones de pareja… pero se habla poco de los cambios emocionales, de los cambios vitales importantes que muchas mujeres deciden hacer a partir de esta etapa. Para mí personalmente, llegar a los 40 supuso mi iniciación en algo que jamás antes había experimentado: por primera vez sentí que era yo la que tomaba las decisiones, que verdaderamente tenía mi vida en mis manos. Sentí que hasta ese momento, mi vida había sido una sucesión de movimientos impulsados más bien por mandatos sociales o familiares, tanto si había “obedecido” o me había “rebelado”, habían sido impulsos, reacciones, “deberías”, “tengo que”, en definitiva: no habían sido decisiones tomadas por mí misma conscientemente.
A partir de los 40, no he dejado ni quiero dejar de llevar las riendas de mi vida. Puede que me equivoque, sí, pero no tendré que echarle las culpas a nadie. Cuando soy yo la que decide, soy yo la que asume la responsabilidad y es hermoso sentirse libre, autónoma, independiente y responsable.

En esta etapa de la vida hay mujeres que deciden separarse de sus maridos, otras se reafirman en su vida familiar, otras deciden seguir siendo solteras, otras adoptan hijos, otras deciden cambiar de rumbo profesional, otras empiezan una nueva relación… Estas mujeres maduras que rondan los 50 y de las que yo quiero hablar, tienen todas un denominador común: para ellas la palabra “éxito” significa “sentirse bien consigo mismas y con la vida que llevan”,  nada más.


DESMITIFICANDO EL IDEAL DE VIVIR EN PAREJA

Frente a los antiguos modelos en los que se nos inculcaba que la felicidad dependía en última instancia de nuestra capacidad para encontrar marido y formar una familia, nos encontramos hoy con mujeres para las que el hecho de permanecer solteras no es una desgracia, sino muy al contrario afirman que su experiencia en solitario les ha facilitado acceder a una serie de elecciones que no hubieran tenido en el caso de haber estado casadas. Puesto que hoy en día las estadísticas confirman que las mujeres nos casamos más tarde, nos divorciamos más a menudo y sobrevivimos muchos años a nuestros maridos, podemos entrever que el hecho de vivir sin pareja se ha convertido en un lugar muy común. La manera en que afrontemos este hecho va a ser crucial en nuestras vidas. ¿Qué sentido tiene retratar a las maduras solteras como personas deficientes, deprimidas-reprimidas, solitarias e irremediablemente incompletas?
Esta imagen no encaja con las experiencias de mujeres que conozco, ni con mi propia experiencia. Nuestros casos no encajan en estos viejos patrones: somos mujeres activas, productivas, estamos satisfechas y felices con nuestras vidas (con sus más y sus menos). La madurez no representa un periodo de disminución de oportunidades, sino más bien un espacio de posibilidades en expansión. Incluso las investigaciones sociológicas nos llevan a la misma conclusión: vivir en solitario en raras ocasiones constituye una experiencia negativa para las mujeres, más bien es, en muchos aspectos, una situación ventajosa. Los relatos ofrecidos por estas investigaciones nos muestran cómo se las arreglan estas mujeres para sobreponerse a las contrariedades cotidianas, cómo superan sus momentos de desesperación y cómo valientemente han desafiado los roles impuestos por la sociedad y han aprendido a definir lo que quieren y desean crear para sí mismas. En lugar de malgastar su tiempo lamentándose de su destino o buscando pareja, son mujeres que están ocupadas viviendo una vida interesante.
Naturalmente el hecho de vivir en soledad no significa cerrarse al mundo, muy al contrario, estas mujeres maduras cuidan sus relaciones de amistad, están en contacto con sus familiares cercanos, estan comprometidas con alguna causa y hasta disfrutan de una “relación de pareja” sin convivir con ella. ¿Acaso es incompatible?

ABRIÉNDOSE A LA ESPIRITUALIDAD

Tenemos que reconocer que nuestra sociedad actual hace de esta etapa de la mujer una de las grandes olvidadas. El plato de la madurez femenina se come con ciertas dosis de: desvalorización social; descalificaciones (somos “colectivo en riesgo de exclusión social”, ciudadanas que ya no están en edad de “merecer”); patologización de lo natural (la menopausia se ve como una enfermedad y se medicaliza).
Comerse este plato de manera saludable supone, desde mi punto de vista, una cierta reestructuración de la receta. Es decir, si los ingredientes que me ofrecen me limitan, tendré que buscar los ingredientes en otro lugar y, ese otro lugar, para mí el más rico y pleno de sabores, olores y colores, es el de la mirada hacia dentro, la reconexión con una misma, la “vuelta a casa”. Y es a esto a lo que yo llamo la apertura a la espiritualidad. 
Cada mujer encuentra su propia manera de hacerlo, tenemos también una amplia literatura al respecto que nos puede orientar. Lo importante es reconectar con ese lugar de valor, fuerza, dignidad, aceptación y cambio, porque desde ahí es desde donde podemos decidir sin miedo lo que queremos, despojándonos de falsas vanidades, reaprendiendo a disfrutar de nuestros nuevos cuerpos, riéndonos de nosotras mismas, aceptando lo que podemos y no podemos cambiar y abriéndonos a nuevos proyectos más comprometidos, si cabe. Me gustaría compartir las palabras de Fina Sanz, tomadas de la reflexión al final de su libro “Diálogos de mujeres sabias”:

es curioso que en las primeras sesiones algunas de las participantes en estos diálogos se sentían menos apasionadas y que, sin embargo, cuando se conecta con la espiritualidad hablen con pasión, se vive la pasión, y esa pasión va siendo compartida por las demás: la pasión por las pequeñas cosas, por lo cotidiano… La espiritualidad se asocia con la sexualidad, la estética, la música, la filosofía, la poesía, la muerte, el amor incondicional, las antepasadas, la gente, los sentidos, lo sutil…Permite una visión más amplia de la vida.
Se sabe que los seres humanos transitamos por la vida. Venimos y nos vamos. Pero  la naturaleza, el cosmos permanecen. Por eso reencontrándonos con todo ello buscamos el sentido de la vida, de la espiritualidad.”

Desde aquí me gustaría animar a todas las mujeres maduras a seguir en el camino de la Vida de forma plena y auténtica. Las animo también a buscar espacios de encuentro y apoyo con otras mujeres, a no dejarse arrastrar por la tiranía de lo establecido y a romper las barreras que les impiden vivir en libertad. Y lo mismo deseo para los hombres.
  


Remeis Jiménez
Filósofa y Terapeuta Gestalt Integrativa, Colaboradora del T.E. de Valencia.


Referencias bibliográficas:

Ser mujer. Edición a cargo de Connie Zweig,VV.AA. Ed. Kairós, 1993.
Diálogos de mujeres sabias. Fina Sanz. Ed. Kairós, 2012.
Mujeres que corren con los lobos. Clarissa Pinkola Estés. Ediciones B, 1998.
Volando solas. Carol M. Anderson, Susan Stewart y Sona Dimidjian. Ed. Paidós 1997.
Vivir los cincuenta. Colette Dowling. Ed. Grijalbo, 1996.


2 comentarios:

  1. Estoy completamente de acuerdo. En realidad la vida es un proceso continuo, es un proyecto que elaboramos a lo largo de todas las etapas que son todas valiosas. El día que la mujer empieza a pensar y sentir que su valor es en ella misma, sus valores, su carácter, su energía, su luz, que su belleza no es si tiene arrugas o no, o luce una silueta divina.... que no es un objeto a admirar desde fuera, que es perfecta tal como es y bonita en todos los estados ... el día que quitemos este peso no importaría cumplir 40, o 50 o 60..... estaría bien cambiar el espejo con que nos miramos .... tengo 42 años y cada año lo vivo como un regalo, con mucha ilusión y con mucha curiosidad por lo que va a pasar. Reescribo mi proyecto de vida continuamente.

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