“Jamás debemos consentir en
arrastrarnos cuando sentimos el impulso de volar”.
Hellen Keller
Para
mí, decir “la vida empieza a los 40”
es lo mismo que decir que empieza a los 50 o a los 45; es decir, me refiero a
que la vida de una mujer alrededor de esa franja de edad que va desde los
cuarenta a los cincuenta y tantos y sesenta, es una vida llena de oportunidades
y nuevos desafíos –y no una época de decadencia psicofísica como buena parte de
nuestra sociedad nos quiere hacer creer-.
Y
esto es lo importante: lo que nosotras mismas creemos y decidimos crear.
Se
habla de los cambios físicos (el envejecimiento del cuerpo, la menopausia y los
cambios hormonales, etc.) y los impactos de estos cambios sobre el estado de
ánimo, sobre las relaciones de pareja… pero se habla poco de los cambios
emocionales, de los cambios vitales importantes que muchas mujeres deciden
hacer a partir de esta etapa. Para mí personalmente, llegar a los 40 supuso mi
iniciación en algo que jamás antes había experimentado: por primera vez sentí
que era yo la que tomaba las decisiones, que verdaderamente tenía mi vida en
mis manos. Sentí que hasta ese momento, mi vida había sido una sucesión de
movimientos impulsados más bien por mandatos sociales o familiares, tanto si había
“obedecido” o me había “rebelado”, habían sido impulsos, reacciones,
“deberías”, “tengo que”, en definitiva: no habían sido decisiones tomadas por
mí misma conscientemente.
A
partir de los 40, no he dejado ni quiero dejar de llevar las riendas de mi vida.
Puede que me equivoque, sí, pero no tendré que echarle las culpas a nadie.
Cuando soy yo la que decide, soy yo la que asume la responsabilidad y es
hermoso sentirse libre, autónoma, independiente y responsable.
En esta etapa de la vida hay mujeres que
deciden separarse de sus maridos, otras se reafirman en su vida familiar, otras
deciden seguir siendo solteras, otras adoptan hijos, otras deciden cambiar de
rumbo profesional, otras empiezan una nueva relación… Estas mujeres maduras que
rondan los 50 y de las que yo quiero hablar, tienen todas un denominador común:
para ellas la palabra “éxito” significa “sentirse bien consigo mismas y con la
vida que llevan”, nada más.
DESMITIFICANDO
EL IDEAL DE VIVIR EN PAREJA
Frente
a los antiguos modelos en los que se nos inculcaba que la felicidad dependía en
última instancia de nuestra capacidad para encontrar marido y formar una
familia, nos encontramos hoy con mujeres para las que el hecho de permanecer
solteras no es una desgracia, sino muy al contrario afirman que su experiencia
en solitario les ha facilitado acceder a una serie de elecciones que no
hubieran tenido en el caso de haber estado casadas. Puesto que hoy en día las
estadísticas confirman que las mujeres nos casamos más tarde, nos divorciamos
más a menudo y sobrevivimos muchos años a nuestros maridos, podemos entrever
que el hecho de vivir sin pareja se ha convertido en un lugar muy común. La
manera en que afrontemos este hecho va a ser crucial en nuestras vidas. ¿Qué
sentido tiene retratar a las maduras solteras como personas deficientes,
deprimidas-reprimidas, solitarias e irremediablemente incompletas?
Esta
imagen no encaja con las experiencias de mujeres que conozco, ni con mi propia
experiencia. Nuestros casos no encajan en estos viejos patrones: somos mujeres
activas, productivas, estamos satisfechas y felices con nuestras vidas (con sus
más y sus menos). La madurez no representa un periodo de disminución de
oportunidades, sino más bien un espacio de posibilidades en expansión. Incluso
las investigaciones sociológicas nos llevan a la misma conclusión: vivir en
solitario en raras ocasiones constituye una experiencia negativa para las
mujeres, más bien es, en muchos aspectos, una situación ventajosa. Los relatos
ofrecidos por estas investigaciones nos muestran cómo se las arreglan estas
mujeres para sobreponerse a las contrariedades cotidianas, cómo superan sus
momentos de desesperación y cómo valientemente han desafiado los roles
impuestos por la sociedad y han aprendido a definir lo que quieren y desean
crear para sí mismas. En lugar de malgastar su tiempo lamentándose de su
destino o buscando pareja, son mujeres que están ocupadas viviendo una vida
interesante.
Naturalmente
el hecho de vivir en soledad no significa cerrarse al mundo, muy al contrario,
estas mujeres maduras cuidan sus relaciones de amistad, están en contacto con
sus familiares cercanos, estan comprometidas con alguna causa y hasta disfrutan
de una “relación de pareja” sin convivir con ella. ¿Acaso es incompatible?
ABRIÉNDOSE
A LA ESPIRITUALIDAD
Tenemos
que reconocer que nuestra sociedad actual hace de esta etapa de la mujer una de
las grandes olvidadas. El plato de la madurez femenina se come con ciertas
dosis de: desvalorización social; descalificaciones (somos “colectivo en riesgo
de exclusión social”, ciudadanas que ya no están en edad de “merecer”);
patologización de lo natural (la menopausia se ve como una enfermedad y se
medicaliza).
Comerse
este plato de manera saludable supone, desde mi punto de vista, una cierta
reestructuración de la receta. Es decir, si los ingredientes que me ofrecen me
limitan, tendré que buscar los ingredientes en otro lugar y, ese otro lugar,
para mí el más rico y pleno de sabores, olores y colores, es el de la mirada
hacia dentro, la reconexión con una misma, la “vuelta a casa”. Y es a esto a lo
que yo llamo la apertura a la espiritualidad.
Cada mujer encuentra su propia manera de hacerlo, tenemos también una amplia literatura al respecto que nos puede orientar. Lo importante es reconectar con ese lugar de valor, fuerza, dignidad, aceptación y cambio, porque desde ahí es desde donde podemos decidir sin miedo lo que queremos, despojándonos de falsas vanidades, reaprendiendo a disfrutar de nuestros nuevos cuerpos, riéndonos de nosotras mismas, aceptando lo que podemos y no podemos cambiar y abriéndonos a nuevos proyectos más comprometidos, si cabe. Me gustaría compartir las palabras de Fina Sanz, tomadas de la reflexión al final de su libro “Diálogos de mujeres sabias”:
Cada mujer encuentra su propia manera de hacerlo, tenemos también una amplia literatura al respecto que nos puede orientar. Lo importante es reconectar con ese lugar de valor, fuerza, dignidad, aceptación y cambio, porque desde ahí es desde donde podemos decidir sin miedo lo que queremos, despojándonos de falsas vanidades, reaprendiendo a disfrutar de nuestros nuevos cuerpos, riéndonos de nosotras mismas, aceptando lo que podemos y no podemos cambiar y abriéndonos a nuevos proyectos más comprometidos, si cabe. Me gustaría compartir las palabras de Fina Sanz, tomadas de la reflexión al final de su libro “Diálogos de mujeres sabias”:
“es curioso que en las primeras sesiones algunas de las participantes en estos diálogos se sentían menos apasionadas y que, sin embargo, cuando se conecta con la espiritualidad hablen con pasión, se vive la pasión, y esa pasión va siendo compartida por las demás: la pasión por las pequeñas cosas, por lo cotidiano… La espiritualidad se asocia con la sexualidad, la estética, la música, la filosofía, la poesía, la muerte, el amor incondicional, las antepasadas, la gente, los sentidos, lo sutil…Permite una visión más amplia de la vida.
Se sabe que los seres humanos
transitamos por la vida. Venimos y nos vamos. Pero la naturaleza, el cosmos permanecen. Por eso
reencontrándonos con todo ello buscamos el sentido de la vida, de la
espiritualidad.”
Desde
aquí me gustaría animar a todas las mujeres maduras a seguir en el camino de la Vida de forma plena y
auténtica. Las animo también a buscar espacios de encuentro y apoyo con otras
mujeres, a no dejarse arrastrar por la tiranía de lo establecido y a romper las
barreras que les impiden vivir en libertad. Y lo mismo deseo para los hombres.
Remeis Jiménez
Filósofa y Terapeuta
Gestalt Integrativa, Colaboradora del T.E. de Valencia.
Referencias
bibliográficas:
Diálogos de mujeres sabias. Fina Sanz. Ed. Kairós, 2012.
Mujeres que corren con los lobos. Clarissa Pinkola Estés. Ediciones B, 1998.
Volando solas. Carol M. Anderson, Susan Stewart y Sona Dimidjian. Ed. Paidós 1997.
Vivir los cincuenta. Colette Dowling. Ed. Grijalbo, 1996.
Estoy completamente de acuerdo. En realidad la vida es un proceso continuo, es un proyecto que elaboramos a lo largo de todas las etapas que son todas valiosas. El día que la mujer empieza a pensar y sentir que su valor es en ella misma, sus valores, su carácter, su energía, su luz, que su belleza no es si tiene arrugas o no, o luce una silueta divina.... que no es un objeto a admirar desde fuera, que es perfecta tal como es y bonita en todos los estados ... el día que quitemos este peso no importaría cumplir 40, o 50 o 60..... estaría bien cambiar el espejo con que nos miramos .... tengo 42 años y cada año lo vivo como un regalo, con mucha ilusión y con mucha curiosidad por lo que va a pasar. Reescribo mi proyecto de vida continuamente.
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