Me encontraba en el pueblo este
verano, cuando me acerqué a saludar a un paisano, que se había detenido en la
acera antes de cruzar la calzada.
- ¿Qué tal te va la vida?
-
Pues...no me va muy bien,-me respondió alzando los brazos y con una vaga
sonrisa-. Ya ves, cada día más viejo.
Seguí caminando mientras me
decía a mí mismo que ésta era la verdad que nos amenaza a los que nos vamos
haciendo mayores casi sin darnos cuenta: envejecer, estar cada día más débiles y
achacosos. Al llegar a casa sentí cierta inconformidad y desazón dentro de mí.
¿Por qué hacerse mayor ha de ser triste?. ¿Es posible envejecer con alegría? esta
pregunta que me hacía personalmente, la querría lanzar a los demás como una
propuesta noble y un reto.
Generalmente la sociedad piensa que
envejecer es triste. Piensan en el viejo como la persona acabada, que ya no es
capaz de desarrollar ninguna actividad. Así lo sienten muchos ancianos cuando se
les oye decir: "La vejez es muy fea". A pesar de ello me resisto a creer que
envejecer es necesariamente triste.
Envejecer es llegar a la
madurez de una vida, es subir una cumbre, que no todos alcanzan. Quien no lo
consigue pierde la oportunidad de su vida; de algún modo queda truncado. Quien
muere antes de envejecer rompe el proceso de su vida. Se llega a viejo porque
antes se ha sido niño, joven y adulto.
El principal problema del
anciano, como en cualquier etapa de la vida, es no saber qué hacer, sentirse
inútil o un estorbo a veces; considerarse a sí mismo un ser "acabado", pensar que
ya lo tiene todo hecho. Este sentimiento es negativo y deprimente. En eso tienen
mucho que ver las personas que les rodean y el modo de tratarlos y de
relacionarse con ellos.
¿Siempre hay algo que hacer mientras se
vive?. Un viejo no es necesariamente una vida acabada, sería un muerto. Tampoco la
jubilación es una muerte anticipada; aunque alguno la pueda vivir así. El retiro
de un trabajo o actividad fuerte nos da la oportunidad de buscar otro trabajo y
actividad más libre y adaptados a nuestra edad y a nuestras fuerzas actuales. No
se le pide al anciano más de lo que pueda hacer.
Lo que importa es
reorientar la vida del anciano, dirigirla hacia la meta, saber lo que puede hacer
y por qué. Siempre, mientras vivimos, estamos en edad de crecer. Cada día es una
oportunidad que se nos brinda de colmar nuestros años y nuestra vida de amor, de
perdón y de servicio. No hay tiempo que perder, ni podemos malgastarlo en
lamentaciones estériles. Un gran secreto para saber envejecer es vivir el
presente, el precioso regalo del nuevo día, celebrando cada día que estamos vivos
al levantarnos por la mañana, y retirarnos agradecidos al llegar la
noche.
El que sabe envejecer tiene la oportunidad de pensar con
serenidad en la muerte, de verla venir de frente, de aprender a encajarla como
parte de su vida; con la esperanza que nos da la vida nueva y plena que nos
garantiza Jesús muerto y resucitado a quienes confiamos en Él y tratamos de
seguirle hasta la meta.
¡Alegrémonos de haber nacido! y disfrutemos de
la alegría de envejecer y madurar día a
día.
MIGUEL ROS, Capuchino
Orientador
Familiar del TE de Valencia.
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