¡Cómo dudar
que el horizonte de cualquier sana educación es la autonomía y el valerse por sí
mismo!. Hasta aquí todos o casi todos de acuerdo. Es importante la dirección a
la que apunta cualquiera de nuestras acciones o empresas. ¿Para qué sirve la
utopía?, le preguntaron un día al sabio Mario Bendetti: “para alumbrar”. Sí,
sin dirección vamos dando tumbos por la vida. Inconscientes.
Inconsistentes.
Una vez dado
a luz el horizonte a donde queremos llegar, ¿cuáles son las etapas de ese
camino?. ¿Cómo alcanzar la autonomía emocional?.
A veces
siento que nos complicamos la vida en exceso y más que estudiar sesudas
monografías o hacer máster carísimos por no sé qué facultad, lo que necesitamos
es ojos para ver. Sin duda vamos por la vida con la mirada empañada, con filtros
previamente fabricados, filtros que nos dan seguridad, pero filtros al fin y al
cabo. ¿Qué hacen los animales para educar a sus criaturas?. Durante un tiempo
van por delante, les dan todo, les cuidan, les protegen y les dan el calor y el
abrigo que precisan. Pareciera que los hacen dependientes. Pero no es así, son
sabios y conocen su debilidad y son conscientes de que dejarlos a la intemperie
en los primeros tiempos es exponerlos a una muerte segura. Sin plumas firmes es
absurdo que las aves intenten volar. Sin patas fuertes, sin estómagos
preparados, los animales no pueden ser independientes y libres. Es la
dependencia absoluta de los suyos lo que les prepara para la soledad, el frío y
el dolor de la libertad. Y esta etapa de la vida es necesaria, diría que
imprescindible.
El Teléfono
de la esperanza acoge a todo tipo de personas, especialmente a los desvalidos,
desprotegidos, los rotos, los caídos, los sin nada emocionalmente. Sus patas son
inseguras. Sus plumas están mojadas. ¿Cómo pretender que en dos días echen a
volar y sean libres y autómonos? Es un tiempo para acoger, agarrar, calentar,
fortalecer y dar la mano. A primera vista podría parecer que caminamos en
dirección contraria a nuestro objetivo. No es así. No es así. Esta etapa es
dura, sombría, discreta, entraña riesgos, crea afectos, dudas, y estalla por los
aires nuestras zonas de confort. Es un momento especialmente creado para dar
calor y ternura, para amamantar. En el Teléfono de la esperanza tenemos que
aprender a amamantar a las personas que llegan a nuestra puerta tiritando de
frío o con ladridos en su alma por el vacío, la soledad y la tristeza. ¿Qué
hacer si alguien se cuelga de ti? Nada, no hay que hacer nada. Entenderlo.
Aceptarlo. Tal vez sea bueno que por un tiempo sea así, sea así. ¡El que ha
vivido en el frío permanente no quiere salir de sus primeras sensaciones de
calor!
No tengamos
miedo a esta etapa. Sepamos acogerla. Abrazarla. Asumamos riesgos. Son los
riesgos del cariño, del afecto, del interés, del corazón. De la mejor
dependencia. Del apego saludable.
Y sólo
después empieza el tiempo de soltar, saltar, desprender, rasgar, romper, salir.
Es el tiempo de la libertad. ¡Ojalá ya sin la necesidad del Teléfono de la
esperanza!
Valentín
Turrado
Voluntario
del T.E. de Leon
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