martes, 9 de diciembre de 2014

DERECHO A SER IMPERFECTO

Nuestra sociedad está inmersa en la cultura de la perfección: deseamos tener el hijo perfecto (buenísimo, inteligentísimo, guapísimo, etc.), el coche perfecto (por lo menos mejor que el del vecino, la casa muy espaciosa y mejor que la anterior, el trabajo soñado, etc.) A nivel personal también nos gusta ser puntualísimos, muy responsables, muy ordenados, en definitiva, muy perfeccionistas. Es como si respiráramos en el ambiente un slogan: solo triunfan los perfectos. Pero la cruda realidad es que somos imperfectos: olvidadizos, impuntuales, descuidados, etc. Y el mundo que nos rodea también es imperfecto: no tenemos los padres perfectos, ni el amigo perfecto, ni el trabajo perfecto, ni siquiera tenemos el psicólogo o psiquiatra perfecto, por poner solamente algunos ejemplos.

El ser humano, pues, tiene límites (menos mal, pues de lo contrario seríamos todos dioses), pero esto no significa que sea incapaz o infeliz, sino que desde sus límites puede construir una vida de bienestar. Ese es uno de los grandes misterios de la existencia: debemos vivir perfectamente nuestra imperfección. 
Es verdad que somos imperfectos, pero también somos únicos: no existen dos piedras iguales, ni dos árboles iguales, ni dos perros iguales… ni dos personas iguales. La imperfección, pues, nos hace diferentes y originales. Si todos fuéramos perfectos seríamos como robot fabricados en serie donde no existiría ni la creatividad, ni la sorpresa por vivir, ni la curiosidad por descubrir otras cosas, ni nada nuevo… Todo estaría determinado y concluido. Sería un mundo aburrido y absurdo. 

La imperfección o limitación tiene un doble significado: uno, como restricción, carencia o insuficiencia (así el ser humano no tiene capacidad para volar por sí mismo) y otro, esa restricción posibilita que desarrolle todas sus potencialidades (en nuestro ejemplo que invente la forma de volar). Es decir, el propio límite se convierte en potencializador de todas nuestras posibilidades. Favorece la creatividad y la capacidad de resolver los problemas.

Una de la fuente de nuestra angustia existencial es precisamente la no aceptación de nuestras limitaciones o de ponernos objetivos y metas que superan nuestras posibilidades. El problema, pues, no es ponerse metas a conseguir (personales, relacionales, laborales) sino que esas metas estén en consonancia con nuestras posibilidades reales. De aquí la importancia del conocimiento de sí mismo (de las posibilidades no solamente de los límites) para ser feliz.

Si tuviéramos la pareja perfecta, los hijos perfectos, el trabajo perfecto, los amigos perfectos, si el mundo fuera perfecto… no tendría sentido seguir viviendo. Seríamos otra cosa, pero no personas. Pues, la sombra (la limitación y la imperfección) siempre acompañará a la persona que se expone a la luz, es decir, que vive en relación con otros seres. Por esto, hoy proclamo mi derecho a ser imperfecto para poder desarrollar perfectamente mis potencialidades.

ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA. 
Psiquiatra-Cofundador del Teléfono de la Esperanza

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