miércoles, 25 de septiembre de 2019

Voy a hablar del suicidio.


Para los orientadores y psicólogos del Teléfono de la Esperanza hablar de suicidio implica hablar de sufrimiento. Detrás de cada llamada y de cada paciente atendido en consulta, donde se manifiesta el deseo de poner fin a la vida de forma voluntaria, somos testigos de la gran batalla que se está librando en el interior de esa persona. Y lo sabemos porque a nosotros nos lo muestran o sabemos detectarlo a las primeras señales.

El pasado diez de septiembre se celebró el Día Nacional del Suicidio y en nuestra sede tuvo lugar una conferencia de la mano de Elvira Vague, psicóloga clínica. En ella se intentó aportar más datos que nos ayuden a abordar con una mayor eficiencia los casos de intervención en crisis de suicidio.

En el Teléfono de la Esperanza intentamos mejorar y aprender cada vez más para poder realizar nuestra labor con la mayor profesionalidad.
De hecho, se ha creado un grupo de voluntarios formado por orientadores, psicólogos e interesados en el tema, que una vez a la semana abordan las cuestiones que se van planteando sobre el suicidio. Recaban la información de las personas atendidas y de las experiencias de cada uno, elaborando líneas de intervención que van a favorecer una mejor intervención en futuras actuaciones.

Si nuestra labor es ayudar a los que necesitan nuestra ayuda, no podemos obviar a aquellos que necesitándola no saben pedirla. No saber pedir ayuda no es lo mismo que no desearla. Esto último es una decisión desde la libertad de cada uno. Lo primero es estar perdido.

Cada cuarenta segundos se suicida una persona en el mundo y entre ocho y diez personas se suicidan en España cada día..

Y aún nos preguntamos, ¿tenemos que hablar del suicidio?

Considero que al no hacerlo estamos tapando una realidad existente.
¿Estaremos haciendo lo mismo que con el tema de los abusos sexuales en la infancia?
Por más que pasen los años algunos temas siguen siendo tabú.
Algunos temen que al hablar de suicidio se produzca un efecto rebote y los casos aumenten.
Y si esto fuese así, el hecho de no hablar de forma abierta ¿evitaría estos suicidios? Tal vez los retrasara, pero sabemos que del acto de suicidarse solo es responsable la persona que decide hacerlo.

¿Qué tendría que ocurrir para que fuese más visible esta realidad?
El ministerio de Sanidad ha prometido un Plan de Prevención para el Suicidio que todos esperamos que recoja medidas que ayuden a atender las necesidades de este colectivo.

Se habla de la puesta en funcionamiento de una línea telefónica para atender llamadas similar a la de nuestra organización.
Al igual que se ha hecho con la violencia de género, echamos de menos una campaña que de visibilidad de este problema, para que todos podamos aportar nuestro grano de arena ante una situación de riesgo de suicidio. Porque no solo los profesionales podemos ayudar, cualquier persona con la información adecuada puede contribuir en esta problemática.
Comprendamos que dentro de una persona que desea morir hay un infierno y una creencia de que nada puede cambiar. ¿Hay alguien que resista un infierno permanente?

¿Y si supieran que no es para siempre, que se puede salir de ahí?

Imagino un anuncio de televisión para concienciar a la sociedad, como el de los accidentes de tráfico llevados a cabo por la Dirección General de Tráfico, que nos mostrara esta tremenda situación.
El lema del anuncio podría ser: “¿Estás pensando en poner fin a tu vida? ¿No puedes más? o ¿No ves la salida? Aunque no lo creas, puedes salir de ahí. Pide ayuda”.

Este mensaje llegaría a muchas personas, que piensan en suicidarse y también a las que no se les pasa por la cabeza.
Y romperíamos con los mitos que hay sobre el suicidio: que si lo decimos animamos a hacerlo, que si no lo hace en serio es que en realidad no quiere , que es una llamada de atención, etc….

Dejemos de tapar lo evidente y sigamos trabajando y luchando para ayudar a vivir, que al fin y al cabo para eso hemos venido a este mundo. Y que la muerte nos llegue cuando corresponda.

Nosotros desde el Teléfono de la Esperanza seguiremos haciéndolo.

Autora: Maribel Ruiz, Psicóloga.

sábado, 2 de febrero de 2019

¿Por qué hablamos del tiempo en el ascensor?

Entrar en un ascensor es algo que hacemos casi a diario, sobre todo los que vivimos en un piso. Aunque sea algo muy cotidiano y rutinario sigue siendo para la mayoría de la gente una experiencia un tanto incómoda cuando tienes que compartir ese pequeño habitáculo con más gente.

Aparte de convertirse en un momento un poco claustrofóbico, la situación es rara porque muchas veces no sabes qué decir, qué cara poner o cómo colocarte. Es más, siempre que podemos –esto lo hacemos todos- corremos para poder cogerlo a solas y no tener que subir o bajar con nadie más. Qué tontería, ¿Verdad?. Pues la realidad es que esa incomodidad puede ser explicada por la psicología social y la psicología evolutiva.

Normalmente, cuando interactuamos con otra persona con la que no tenemos confianza, mantenemos una distancia socialmente adecuada, que suele ser de un brazo aproximadamente. Esto no es posible en un ascensor común y menos cuando hay más de dos personas y tenemos que ir apretados por obligación. Esto ya nos pone un poco nerviosos e inquietos porque no es nuestra tendencia natural.

Nuestro comportamiento entonces se vuelve extraño y suele consistir en mirar a la pantalla en la que se van reflejando los números de los pisos por los que vamos pasando, esperando con impaciencia a que llegue el nuestro. O bien, miramos al techo, al suelo, a la pared, a un cartel que ponga “300 kg 5 personas máximo”. Ahora la gente también recurre a su móvil aunque no esté mirando nada en concreto, pero puedes refugiarte en él y evitar el contacto visual con el resto de los pasajeros.

Pero, ¿Por qué queremos evitar ese contacto?

Parece ser que estas conductas de evitación que acabamos de describir responden a una reacción automática e instintiva grabada en nuestro cerebro tras miles de años de evolución. Según las investigaciones del psicobiólogo Dario Maestripieri de la Universidad de Chicago, las convivencias en lugares muy reducidos han sido sede de encuentros hostiles y violentos desde el origen de la humanidad.

Las personas podían desencadenar comportamientos agresivos y evitar el contacto ocular, que supone una protección frente a los otros y una manera de evitar esas posibles situaciones violentas. Como digo, esto tiene un origen evolutivo. Evidentemente en la actualidad esto no ocurre, pero seguimos usando ese mecanismo al igual que seguimos usando la ansiedad como alarma cuando creemos estar frente a un peligro.

Este investigador realizó un experimento con monos Reshus en la que comprobó que estos animales se comportan de manera muy parecida a como nos comportamos nosotros en espacios pequeños. Cuando se colocaban dos monos en un espacio reducido, tendían a ponerse cada uno en una esquina, lo más alejados posible. Se mueven con cuidado, evitando el contacto visual y evitando también reacciones que puedan indicar al otro que va a ser atacado o que se va a producir un momento violento.

Llega un momento en el que alguno de los monos le manda señales al otro de que no tiene nada que temer y de que no tienen ningunas intención hostil para con él. Los monos suelen enseñarse los dientes entre ellos como señal de amistad y de que todo está bien, de que no tienen intenciones de pelear. Este gesto de “enseñar” los dientes se considera el precursor evolutivo de nuestra sonrisa.

En el ascensor, nosotros también necesitamos llevar a cabo conductas de aproximación con las que romper el hielo y decir que vamos en son de paz. Puede ser sonreír o simplemente comentar: “Parece que hoy va a llover, ¿No?” Este simple gesto ya provoca que se liberen las tensiones entre los pasajeros o vecinos que viajan en el ascensor. El viaje incluso parece más corto.
La necesidad de socializar y de comunicación en los humanos es innata y nos ayuda a sobrevivir. A nadie le interesa si va a llover o si hace calor, lo que realmente nos interesa es que desaparezcan las inquietudes e instintivamente sabemos como hacerlo.

¿No te ha ocurrido alguna vez la situación de subirte a un ascensor con un desconocido y que este se ponga a hablar y a hablar y te cuente todo lo que ha hecho durante el día con todos los detalles? “He ido al médico y me ha dicho que coma más verdura y que deje de fumar, estos médicos nos lo están prohibiendo todo. Hoy tendré que comer ensalada y blablabla…”

La verdad es que tu vecino sabe que te importa poco lo que él ha hecho y tampoco espera recibir ningún consejo milagroso por tu parte. Simplemente es alguien que se ha sentido inseguro y coartado cuando has subido y está intentando mandarte señales para que calmes tu “potencial agresión”.


Ciertamente, es muy curioso conocer como a pesar de la gran evolución que ha tenido nuestra mente durante miles y miles de años, conservamos algunas huellas de nuestros antepasados que pueden explicar algunos de nuestros comportamientos actuales. Evidentemente, no todas las situaciones son iguales y hay conductas que hoy por hoy no se pueden predecir o no podemos explicar, pero ahí está la magia de la ciencia, ¡En seguir investigando para seguir explicando!

Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/por-que-hablamos-del-tiempo-en-el-ascensor/